Porque cada experiencia enriquece nuestro conocimiento;
y cada letra encierra una gota distinta del caudal de sentimientos que tiene un escritor.

viernes, 9 de noviembre de 2018

MELANCOLÍA

Aquella mañana en la ciudad fue distinta. Desde que abrí mis ojos, desde que mi mano se extendió para silenciar el ruido que emanaba del celular. Muy dentro sabía que el día no iba a ser tan bueno, muy dentro sabía que algo faltaría. Y es que es inevitable no sentir melancolía al ver mi cama vacía, ausente. A veces siento que nada de lo que hice fue suficiente, por lo menos para quienes juraban amarme, comprenderme, quererme.

Hice lo que tenía que hacer. Levanté mi adolorido torso como si me estuviera recuperando de una de las más grandes batallas de mi vida. Caminé un poco, viendo sin ver. Todo era borroso y sentí que así se debe ver la soledad. Sólo siluetas sin forma, vacíos inmensos, peligrosos. Lógico, necesitaba ponerme los ojos de vuelta, así que moví mis piernas a paso lento hacía ellos. ¿Cómo le haces para no ver? Cada vez que veo el espejo es una tortura. Mis ojos gritan demasiado, es imposible esconderme de ellos. Hay días en los que esta tortura no es notoria, nadie se da cuenta.

Tenía los brazos firmes sobre el lavamanos, mi cuello se hundía entre mis hombros mientras pensaba en todo lo que necesitaba cambiar. Es como querer redecorar toda tu casa. Aunque eso, lo confieso, es muchísimo más fácil. Cuando no te gusta el diseño del dormitorio, o algunos muebles, los cambias y ya.  Pero ¿cómo cambiarle los muebles al alma? ¿Cómo redecorar mi interior sin que eso me cueste la vida? Esas preguntas tienen respuestas que tal vez nunca escucharé. 

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