Porque cada experiencia enriquece nuestro conocimiento;
y cada letra encierra una gota distinta del caudal de sentimientos que tiene un escritor.

sábado, 6 de octubre de 2012

REGALO DEL CREADOR PARA UN ADÁN COMO YO


Paraje furtivo que atrae a cualquier cazador
En lo más recóndito de aquél baúl que se nutre de mis recuerdos a diario; en esas páginas que, de seguro, ya forman uno de los libros más largos de la historia, ahí están ellas: las mujeres.

Desde que mi imaginativa mente cobraba vida, un pedazo de suave tela cubriendo los manjares más dulces de una mujer se hace presente para siempre: la minifalda. Las vi de diferentes colores y estilos, de diferentes “cortes”, con un contenido diferente que me llevaba de la mano por las fantasías más salvajes que puedo recordar. Y puntualizo, utilizando palabras de Arjona, que “no es ninguna aberración sexual”.

Aquella prenda seria y, al mismo tiempo, sensual en cada centímetro ha evolucionado al pasar los años, desde su creación hasta el día de hoy. Al principio, la minifalda representaba un escape femenino dentro de un mundo machista. A medida de que el tiempo transcurría en silencio, aquel pedazo de tela cobraba vida propia.

Dando un paseo, otra vez, por entre mis memorias, recuerdo a Andrea. Una bella mujer que ostentaba orgullosa unos 17 años, buen porte y excelentes medidas. Ella pertenecía a un grupo de amigos de barrio, allá por la silenciosa zona de Tembladerani, que solíamos reunirnos de vez en cuando para compartir anécdotas y crear muchas otras. Andrea era lo mejor del 2002, una muchacha con carisma y muy buen humor. La razón que me obliga a mencionarla trae un verosímil disfraz seductor. Andrea vestía una hermosa minifalda de color noche, tacones altos y una atractiva armonía en su caminar. Si no eran los lunes, los demás días nos alegraba el panorama con una suave “mini” a cuadros azules y grises. La clara imagen de una colegiala en minifalda.

Al año siguiente de su graduación, me dediqué a identificar a aquella diva anual que endulzaría mis ojos pardos a diario. Las picardías de jóvenes en colegios, aquellos muchachos ansiosos por expandir su álbum visual se quedaban parados en las gradas esperando ver subir esas minifaldas —que por cierto eran motivo de prejuico en ese entonces.

Nunca me había fascinado tanto con una minifalda como en los días que inicié mi vida de oficinista. Cada día era mejor. Mis compañeras de trabajo hacían de mi estancia ahí un completo placer. Las veía pasar desde mi escritorio, a otras las visitaba en los recesos del café o simplemente al yo pasar por su área de trabajo.

Alejandra, con sus hermosos 25 años, me miraba al pasar. Un soborno a mi sonrisa: su minifalda. Hablaba bonito y al escucharla no podía resistir la tentación de bajar la mirada hacia ese furtivo paisaje pintado de piel. Jamás me gustó ser muy obvio con la mirada y así me mantengo hasta ahora. Hay un borde invisible entre el respeto mutuo al apreciar la belleza de una mujer y la vulgaridad total.

Podría afirmar que a lo largo de mi vida, desde que tengo uso de razón, existen seres seductores que, todo el tiempo, brindábanme una tentación dulce y adictiva: las mujeres. Hermosas dádivas del Creador para cada Adán como yo; seres que con solo pasar en frente de nosotros iluminan el horizonte. Ellas y sus minifaldas, su deseo intenso de sentirse amadas por los ojos nuestros. Incomparable sensación que recorre milímetro a milímetro nuestras venas, haciendo posible así nuestra efímera existencia.

"¡Ay! Mujeres tan divinas; no queda otro camino que adorarlas", Vicente Fernández.

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