Me consumían las horas cual fuego de la vela que encendí al anochecer. |
Líneas que escribí hace casi un año atrás (2 Agosto 2011), con algunos cambios realizados a consecuencia de la traducción. Mi cuerpo inestable al recibir azotes de cada palabra que aquella persona infundía en mí. ¡Ay! Cómo recuerdo el cielo de aquellos días, la voz del viento que se llevaba una a una mis lágrimas secas.
Después de varios meses, es interesante desempolvar viejos escritos que traen, en cada palabra, viejas memorias...
No confundan lo que ahora siento, si sólo la recuerdo con tranquilidad --"son otros tiempos". El viento sopla en una dirección distinta ahora.
En medio de la oscuridad que el poniente dejó detrás, sombras sin luz apañando mi voz, tenue. Susurros que al oído me decían, agonizantes, cuánto te había amado hasta entonces. Mis sentidos se alejaron uno tras otro; saltaron al precipicio que tu ausencia ahondó. Al mismo tiempo, la vela que esta noche me proporciona compañía aclara los versos de una canción que, estoy seguro, hubiese entonado con delicadeza al recordar aquella noche de verano, aquel abril añorado.
No quiero sonar pesado ni, mucho menos, agoviado. ¿Cansado? Un poco. Sin embargo, no dejo de buscar, en esta galaxia y en otras, una respuesta a todo lo que viví contigo, segundo a segundo. Descubrí que aquí mis dudas se mantendrán inconclusas, que no hay palabra que me de paz sin antes matarme con gentileza. He navegado por muchos kilómetros y visto varios mundos, historias que pintan una escena surrealista que ni Dalí hubiese hecho mejor. Cierro mis ojos y el reloj con un grito ubica mi ser en este mundo, casi media noche y todo es silencio. A metros de un sin fin de historias, la primera lágrima se hace presente al caer sobre el papel. Está bien, acepto que empezamos "diferente" a lo habitual ya visto. No deseo reprochar nada ni mucho menos utilizar mi pluma para vengar a mi corazón.
Aunque en ciertos minutos el aire parece abandonar mi habitación, la tinta aún corre en mí, en mis latidos.
Debo reconocer que, después de varios años, mi piel volvió a sentir calor real, sudor provocado por los besos que atacaban mi cuello, rendido a ti. Estaba seguro desde el primer instante que había encontrado al complemento de mis días, al sabor de mis comidas, a la luna de mis noches estrelladas. En fin, el motor de cada uno de mis sentidos rugía al ritmo de tu voz y tu cariño. Recuerdo que cada noche pensaba en aquella habitación, oscura, con las cortinas corridas cubriendo el lugar; habías abierto una ventana para ver el exterior y, al mismo tiempo, tomar un respiro al ritmo de la pregunta: ¿Esto está bien?
Un sonido furtivo, parecido a un chasquido, me despierta. Cada día me siento aún más vacío que el día anterior; el desconsuelo desgarra mi alma en silencio, tornándola oscura cual sangre en la armadura que hasta el día de hoy llevé. Como dice Facundo Cabral: "Alma mía, que daría por volver a verte libre...", pues, de la misma manera, mi alma añora librarse de este dolor que la trae dormida, adormecida.
La última respuesta a estas palabras solamente la tienes tú. Menos mal que el tiempo corre a tu ritmo en mi reloj y que, a pesar de los pesares, mi corazón pide a gritos tu presencia en este lugar. Yo, cual peregrino, seguiré mi camino de frente y no me rendiré en la búsqueda de mi felicidad. No importa cuan grande sea la jauría, cuan feroz el viento me abrace, seguiré siendo aquella barca que abandonada en alta mar está. Mis últimas palabras para cerrar mi tertulia nocturna con la soledad: ¡Gracias!
Gracias por haberme guiado por, aunque sea unos metros, el sendero de vuelta al amor. Gracias por despertar en mí aquél deseo que yacía inerte mucho antes de conocerte. Gracias por amarme.
Gracias por permitirme ser yo mismo plasmado en el lienzo de tu piel; por dejarme amar con libertad aún sabiendo que un relámpago podría lastimar mi sien. Gracias por ser en mi vida lo que yo en tu vida seré cuando ya no esté contigo.
Gracias.